Los primeros cambios que ha producido el presidente Leonel Fernández no parecen dejar satisfecha a la mayoría de las personas que han podido opinar sobre las decisiones del mandatario. Ayer el tema se cruzaba en las más simples conversaciones, quizás porque se tenía la mayor atención del país en las posibilidades de que muchos de los actuales funcionarios fueran removidos de sus puestos.
Esa primera reacción o valoración de estas incorporaciones de nuevos funcionarios, como la remoción de otros puede tener su explicación en el hecho de que la gente no asocie estos movimientos gubernamentales con las soluciones a sus problemas. Muchos pueden pensar que se trata de las mismas caras y que lo que hemos hecho es un abultamiento de la burocracia, como si nadie pudiera salir de las nóminas públicas.
El presidente Fernández ha barajado las fichas procurando bajar las presiones a las que ha estado sometido el Gobierno por las reiteradas denuncias de corrupción y de falta de eficacia para dar respuestas a pequeños problemas de la población. Aquí todo el mundo queda enganchado y con cargo al presupuesto nacional; nadie paga por nada, ni por corrupción ni por ineficacia. Quizás, salvo el propio mandatario que ha comenzado a pagar en el aprecio público por los que no han sabido cumplir con sus tareas en los puestos en que han sido designados por años.
El presidente Fernández está obligado a localizar el punto de satisfacción para reconciliar al Gobierno con la población, sobre todo para gobernar en paz durante los próximos tres años que le quedan en el poder en el actual período. Tiene que hacerlo por más de un razón, especialmente porque ese es su gran capital político.
Tal vez tenga que cambiar de estilo.
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