A propósito de la situación que vive el hermano pueblo de Honduras es necesario repetirlo, pues parece que se suele olvidar con facilidad:
La época de los golpes de Estado ejecutados por civiles y militares auspiciados por el gobierno de Estados Unidos ha quedado atrás.
Las únicas interrupciones de mandatos y derribos de gobernantes que la comunidad de las Américas ha aceptado en los últimos cuatro lustros son las que han llevado a cabo las poblaciones mediante protestas populares contra gobiernos desacreditados por la corrupción, la violación de los derechos humanos y los asesinatos. Como ejemplo se pueden citar los casos de Perú, Ecuador y Bolivia; y en esos países se celebraron elecciones de inmediato para elegir las nuevas autoridades.
Si quienes se oponían al presidente Manuel Zelaya habrían esperado sólo seis meses a que concluyera su mandato, hoy Honduras estaría viviendo en paz y normalidad.
Pero se quisieron apresurar las cosas -quién sabe con cuáles fines porque se trataba de una administración a punto de concluir- y hoy el pueblo hondureño sufre las consecuencias de las sanciones impuestas al gobierno de facto por la comunidad internacional.
Al unísono, Honduras sufre la represión y las medidas de excepción puestas en marcha por los golpistas.
Saber que hoy ningún país puede vivir aislado y que los gobiernos no puede hacer todo lo que se les antoje, ha de ser la primera lección que debe dejar la fallida aventura emprendida por los golpistas en Honduras.
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