El pueblo dominicano conmemora hoy, 30 de mayo,
el Día de la Libertad, y el 51 aniversario del ajusticiamiento del
dictador Rafael L. Trujillo, acontecimiento que tuvo lugar gracias a una
vasta conspiración integrada por diversos grupos (uno de acción, otro
político y otro militar), que tenían la responsabilidad primero de
ajusticiar al tirano y luego, de proceder a una segunda fase consistente
en apresar a la familia Trujillo y a sus principales epígonos con el
fin de provocar un recambio en la cúpula política y militar del régimen.
Dentro de los grupos que conformaban el complot, el llamado “grupo de
acción o de la avenida”, era el responsable de llevar a cabo la
ejecución del tirano. Los principales líderes de la conjura habían
obtenido la información de que cada miércoles Trujillo, habitualmente,
viajaba a su pueblo natal y sobre la base de ese dato confiaron en que
la delicada y arriesgada misión tendría lugar a mediados de semana.
Pero el destino quiso que tal acontecimiento sucediera un martes,
circunstancia fortuita que provocó que por lo menos tres de los miembros
originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de participar
en el tiranicidio.
Los hombres de la avenidaEl grupo de acción que iría a la
avenida estaba conformado por nueve personas, que se distribuirían en
tres vehículos, pero en vista de que fue necesario actuar con inusitada
precipitación antes del día previsto, solo siete de los hombres que
tenían la encomienda de fulminar a tiros al tirano se encontraban
disponibles en la ciudad de Santo Domingo.
Los hombres de la avenida fueron Antonio de la Maza, Antonio Imbert
Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Pedro Livio
Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel y Roberto Pastoriza Neret, los cuales,
por lo menos en tres ocasiones (los días 17, 24 y 25 de mayo),
intentaron fallidamente enfrentarse al dictador, que extrañamente varió
su itinerario en cada ocasión.
La emboscada finalTan pronto Antonio de la Maza recibió la
noticia de que esa noche “el hombre” iría a San Cristóbal, procedió a
verificar que la misma era fidedigna, y tras determinar que no disponía
de tiempo suficiente para la reflexión pausada, para la planificación
cautelosa y mucho menos para tratar de congregar a todos los que debían
participar en la emboscada; sin pérdida de tiempo, contactó a los
integrantes del grupo de acción accesibles en la capital.
Todo se desarrolló vertiginosamente. De la Maza, con no disimulada
precipitación logró convocar a seis compañeros –algunos personalmente y
otros por teléfono–, a los cuales advirtió que la hora decisiva había
llegado, y que las circunstancias exigían pasar de la teoría a la
acción. Dos horas después (Robert Crasweller estima que hacia las 7 de
la noche), el teniente García Guerrero se comunicó por teléfono con el
ingeniero Pastoriza y le aseguró que había confirmado que el hombre
saldría esa noche fuera de la ciudad capital. Pastoriza, a su vez, debió
contactar a su íntimo amigo, el ingeniero Huáscar Tejeda (que
previamente había sido localizado por De la Maza), y de esa manera las
personas claves de la conspiración fueron recibiendo la “valiosa
información”, como la calificó uno de los héroes.
Tres vehículos intervinieron en la ejecución de Trujillo. Una vez en
la avenida, en las cercanías de la Feria Ganadera, hacia las 8:30 de la
noche, los miembros del “grupo de acción” se repartieron las armas y de
inmediato decidieron separarse para esperar por su presa, conforme a un
croquis que para tales fines había elaborado el ingeniero Pastoriza.
De acuerdo con el plan original, dos de los vehículos debían esperar
por una señal de luces para bloquear la autopista y así obligar al carro
del dictador a detenerse, de suerte tal que el auto persecutor pudiera
alcanzar el blanco entre dos fuegos.
En el primer auto, estacionado en las proximidades del Teatro Agua y
Luz, en dirección oeste-este, viajaban Imbert Barrera, conductor; De la
Maza, quien ocupaba el asiento derecho delantero; Estrella Sadhalá y el
teniente García Guerrero, quienes iban sentados detrás. En un segundo
carro, estacionado a 4 kilómetros de la Feria Ganadera, también en
dirección oeste-este, se encontraban el ingeniero Huáscar Tejeda y Pedro
Livio Cedeño; mientras que el tercer automóvil, que se aparcó en el
kilómetro 9 de la autopista en dirección hacia San Cristóbal, lo
conducía el ingeniero Roberto Pastoriza.
Trujillo viajaba en el asiento trasero de su Chevrolet azul celeste,
modelo 57, contiguo a la puerta posterior derecha. En el interior del
vehículo había tres ametralladoras, además de la pistola de reglamento
que portaba el chofer. Trujillo también tenía un revólver calibre 38 así
como el maletín que acostumbraba llevar consigo, repleto de dinero.
Tan pronto los cuatro conjurados avistaron el carro del déspota, se
prepararon para perseguirlo. Con cierta premura encendieron el motor de
su auto, hicieron un giro y de inmediato enfilaron en dirección
este-oeste tras la codiciada presa. En el momento en que el vehículo
conducido por Imbert Barrera se colocó paralelo al de Trujillo, De la
Maza y García Guerrero dispararon sus armas creyendo, erradamente, que
habían fallado en su primer intento; pero en realidad no fue así. El
disparo de escopeta que hizo De la Maza dio en el blanco y resultó ser
mortal para El Jefe.
Ante el inesperado ataque, el chofer de Trujillo frenó bruscamente
provocando que el automóvil manejado por Imbert lo rebasara velozmente.
Fue entonces cuando Imbert (urgido por De la Maza) giró en “U”
aceleradamente y se situó a unos 15 metros de distancia del objetivo. De
inmediato los cuatro ocupantes del vehículo atacante se desmontaron,
armas en mano, dando así inicio a un intenso tiroteo que, según
apreciaciones de expertos militares, duró aproximadamente diez minutos.
Trujillo y su chofer también salieron del vehí- culo, detenido en medio
del paseo central de la avenida en posición diagonal (pues De la Cruz
quiso intentar un giro a la izquierda para regresar a la capital). Una
vez fuera del carro, y parapetados detrás del mismo, el capitán De la
Cruz respondía con ametralladora al fuego de sus atacantes,
defendiéndose, al tiempo que trataba de proteger a su jefe.
Los dos Antonio, Imbert y De la Maza, tirados sobre el pavimento,
solicitaron a Estrella Sadhalá y García Guerrero que los cubrieran, ya
que tratarían de acercarse al carro de Trujilllo con el propósito de
terminar rápidamente el enfrentamiento, que, según consideraban, se
estaba prolongando demasiado.
De la Maza logró deslizarse por el pavimento hasta posicionarse
detrás del vehículo de Trujillo, mientras que Imbert lo hizo por la
parte delantera. La intensidad del tiroteo aumentaba cada vez más
cuando, de repente, De la Maza, después de haberle disparado otra vez al
tirano, gritó: “¡Tocayo, va uno para allá!”.
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EL TIRO DE GRACIA AL ‘JEFE’
En medio de aquella lluvia de proyectiles, los atacantes del Jefe no se percataron de que el chofer de éste había cesado de disparar, replegándose hacia la maleza, mientras que Imbert sí pudo notar que una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese momento resultaron ininteligibles.
EL TIRO DE GRACIA AL ‘JEFE’
En medio de aquella lluvia de proyectiles, los atacantes del Jefe no se percataron de que el chofer de éste había cesado de disparar, replegándose hacia la maleza, mientras que Imbert sí pudo notar que una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese momento resultaron ininteligibles.
Un certero disparo de Imbert, que Trujillo recibió en el pecho,
detuvo su marcha, desplomándose estrepitosamente a casi tres metros de
distancia de su atacante. En ese preciso instante, Antonio de la Maza, a
la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche
aproximándose al cuerpo del dictador –que yacía sobre el pavimento “boca
arriba, con la cabeza en dirección a Haina”– y le descerrajó un tiro de
pistola en la barbilla, al tiempo que exclamó: “¡Este guaraguao no come
más pollos!”. En cuestión de minutos Trujillo estaba muerto y desde
entonces es parte de la historia.
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