
Salomé Ureña, la más insigne de
nuestras poetisas, descendía de dos familias dominicanas muy antiguas:
la familia Ureña y la familia Díaz. Ambas eran familias empobrecidas a
causa de las vicisitudes de la Isla de Santo Domingo. Todos los
antecesores de Salomé eran dominicanos, excepto unos que vinieron de
Canarias en el siglo XVIII. Quizás los Ureña procedían de Santiago de
los Caballeros.
Francisco Ureña, padre de Nicolás Ureña de
Mendoza, era hijo de Carlos de Ureña y de Catalina Mañón, perteneciente a
una familia que había sido rica y había tenido esclavos que tomaron su
apellido. Se casó con Ramona de Mendoza, de Santiago de los Caballeros.
Francisco Ureña era dueño de una buena casa de altos, situada en la
calle de las Mercedes, entre la del Estudio (actual calle Hostos) y la de los Mártires (actual calle Duarte).
Nicolás Ureña de Mendoza,
padre de Salomé, nació el 25 de marzo de 1822, en la casa No.37 de la
calle Mercedes. Fue un hombre de espíritu elevado y gran cultura. Desde
muy niño comenzó a escribir versos.
Fue poeta, abogado de buena reputación, ocupó
cargos de Senador y de Magistrado y se dedicó al magisterio y al
periodismo. Tuvo una vida fecunda y abarcó todos los aspectos de la vida
cultura en Santo Domingo. Entre sus poesías están El Guajiro Predilecto, que es del tipo de nuestros cantos populares; Recuerdos de la Patria, A Sánchez. Escribió canciones como Las Serranas; algunas Pastorelas y poesías de asuntos religiosos. Se complacía en hacer epigramas y dejó una serie con el título de Epitafios.
Abarcó, pues el género popular, el culto, el costumbristas y la
oratoria. Murió el 3 de abril de 1875 en la misma casa en que nació.
Gregoria Díaz y León, la madre de Salomé, nació
el 25 de diciembre de 1819 y murió en 1914; era hija de Pedro Díaz y
Castro, hombre de grandes negocios y que tuvo hatos y muchas tierras en
el Este.
Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León,
padres de Salomé, celebraron sus nupcias en la ciudad de Santo Domingo,
el 25 de diciembre de 1847. Hicieron hogar de la casa No. 37 de la
calle Mercedes.
Nacimiento y Primeros Años
Salomé Ureña y Díaz de León nació en la ciudad de
Santo Domingo, capital de la República Dominicana, el viernes 21 de
octubre de 1850, a las 6 de la mañana, en el barrio de Santa Bárbara,
antiguo solar de buenas familias, en la casa de su abuela materna, hoy
calle Isabel la Católica número 84, junto a la casa de Juan Pablo
Duarte. El Dr. Pedro Delgado y Ana Díaz de León, "la segunda madre en el
hogar", fueron sus padrinos. Su única hermana, Ramona, nació el 26 de
octubre de 1843 y murió en Santiago de Cuba en 1936.

Hospital San Nicolás de Bari
Zona Colonial de Santo Domingo
Zona Colonial de Santo Domingo
La ciudad de su nacimiento era pequeña y tenía
acentuado aspecto colonial; estaba rodeada de murallas con foso hacia el
campo, y las puertas se cerraban como en el siglo XVI: por lo menos la
Puerta del Conde de Peñalba. Muchos edificios estaban en ruinas: la
Universidad de los dominicos, el Estudio que había sido Universidad de
Santiago de la Paz, el Convento de San Francisco, el de la Merced, la
iglesia de San Antón, la iglesia de San Nicolás, el Convento de Regina
Angelorum, el Palacio del Almirante Diego Colón, muchas casas
particulares. Como los edificios, las familias estaban también
arruinadas. Largos años de emigración continua habían empobrecido la
ciudad.
El nacimiento de Salomé Ureña ocurrió poco
después de la fundación de la República, durante el primer Gobierno de
Báez; creció en un ambiente de discordias, entre mil luchas intestinas.
Por lo mismo que vivió en una época de tanta agitación, de tan
incesantes perturbaciones en el pueblo dominicano, su alma se agrandó
con el dolor, y se hizo cada día más fuerte.
Salomé tuvo una niñez muy precoz. Su madre la
enseñó a leer: a los cuatro años leía de corrido. Su infancia discurrió
en las aulas de dos pequeñas escuelas de primeras letras, únicas
permitidas entonces a las mujeres.
Sus lecturas y sus estudios de la adolescencia
fueron hechos bajo la dirección de su padre, de quien recibió lecciones
de Literatura, Aritmética y Botánica, por la que ella sentía gran
pasión. Con su padre aprendió, además, a declamar los versos de sus
poetas predilectos. Salomé tenía una "memoria extraordinaria". La
cantidad de poesías que sabía de memoria y solía repetir entre sus
íntimos, lo mismo que su hermana Ramona, era incalculable.
Vocación Poética
Desde muy temprano comenzó a cultivar su talento
poético. A los 15 años escribió versos; a los 17 los publicó por primera
vez, calzados con el seudónimo de Herminia, que llegó a ser totalmente conocido.
En 1874 otra "Herminia" aparece firmando un artículo en prosa en el periódico El Centinela.
Desde entonces Salomé firma sus versos con su nombre, y alcanza elogios
como el de don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien escribió que "para
encontrar poesía en Santo Domingo hay que llegar a José Joaquín Pérez y a
Salomé Ureña".
Las poesías de Salomé Ureña se publicaban
generalmente en periódicos de Santo Domingo, y en algunas ocasiones
aparecían en periódicos extranjeros.
La antología Lira de Quisqueya recoge diez composiciones suyas. En 1880 se publicó un volumen de sus poesías, patrocinada su publicación por la Sociedad Amigos del País. Este libro contiene treinta y tres composiciones y el poema Anacaona.
Tiene un prólogo de Monseñor Fernando A. de Meriño y una biografía de
la citada Sociedad, escrita por José Lamarche. En 1920 se hizo una
segunda edición de sus versos, más recomendable que la anterior. Tiene
un prólogo, anónimo, escrito por su hijo Pedro Henríquez Ureña. En esta
edición han sido omitidos el poema Anacaona y nueve composiciones de las que figuran en la edición de 1880.
Patriotismo
Desde muy niña, Salomé Ureña alojó en su corazón
la vehemente aspiración de Patria: había heredado de su abuelo y de su
padre el sentimiento del patriotismo. Sus primeros años discurrieron en
una época alternativa de paz y de guerra. Su infantil espíritu tropieza
con la terrible Anexión a la antigua Metrópoli. El espectáculo de la
guerra nacionalista contra España y luego las guerras civiles,
acrecientan su amor a la Patria y hacen de Salomé la poetisa patriota.
Ella es la primera que canta, por encima de todos
los poetas de su época, el progreso y la civilización. Según expresión
de César Nicolás Penson, ella "fue poetisa vaticinadora en cuyos épicos
cantos predominaba siempre la nota patriótica con los encendidos y
vehementes anhelos y alientos de titán. Vidente como los grandes vates
de las revoluciones del espíritu, Olmedo, Heredia y Quintana, recogió la
herencia de sus estrofas altivas y apasionadas, y sorprendió a la
América y al mundo…"
En sus poesías no predomina el elemento puramente
literario, sino lo que contribuye a dar mayor grandeza a su Patria.
Hostos, al hablar de ella dice: "Cantó todo lo que sentía la sociedad de
que formaba parte; y lo cantó con tal fuerza, con tal unción, que
parece en sus versos la sacerdotisa del verdadero patriotismo", y
agrega; "indudablemente, lo más grande que hay en la poetisa dominicana
es la fibra patriótica".
Soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos
a inclinarla hacia la paz y el progreso. Esta preocupación patriótica
llegó a sobreponerse a toda otra idea; sólo le animaba el deseo de hacer
llegar su prédica a todos sus compatriotas. A través de su ardoroso
patriotismo logra hacernos comprender mejor lo que es patria. En una de
sus primeras composiciones al hablar de la patria dice:
¡Oh! Patria, voz divina, sublime y dulce nombre
a cuyo acento el alma palpita de emoción...
a cuyo acento el alma palpita de emoción...
Ya para esa época llaman la atención en Santo
Domingo y en otros países de la América sus composiciones patrióticas.
La nota del progreso y del amor a la Patria es el tema de todas sus
poesías desde el año 1873 hasta el 1880.
La fama patriótica de Salomé Ureña alcanza tal
altura que, en el año 1878, se le hace una apoteosis y se le entrega una
medalla costeada por suscripción pública; y su consagración como la
figura más alta del parnaso dominicano queda en nuestros anales cívicos y
literarios como una de las más bellas fiestas del espíritu.
Fueron muchos y frecuentes los tributos de
admiración y simpatía que mereció en vida Salomé Ureña, sin que por nada
se quebrantase su modestia. Fue socia de Mérito y Honor de las
Sociedades Amigos del País, de Santo Domingo; de la Fe en el Porvenir,
de Puerto Plata; y de casi todas las Asociaciones benéficas, literarias o
artísticas de la República. Fue, también, Miembro Honorario del Liceo
de Puerto Príncipe, de Cuba, y de la Sociedad Literaria Alegría, de
Coro, Venezuela.
Las poesías de Salomé Ureña están impregnadas de
honda melancolía. Toda su tristeza proviene no sólo de su temperamento,
sino principalmente del caos en que vivió su patria. Siempre torturada
por el triste pasado de la República, clama en su poesía A la Patria:
Tú sabes cuantas veces con tu dolor aciago
lloré tu desventura, lloré tu destrucción,
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque el mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar.
lloré tu desventura, lloré tu destrucción,
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque el mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar.
Son muchas las poesías de Salomé Ureña que pueden
tomarse como ejemplo de ese fervor patriótico que tuvo tan honda
influencia en el gran poeta Gastón Deligne, en cuyos versos dedicados a
la poetisa muerta hacía esta afirmación y este elogio:
Ella, al menos, mantuvo con su aliento
de una generación los ojos fijos
en el grande ideal. Aún llena el viento
la seductora magia de su acento,
y aún hablará a los hijos de los hijos...
de una generación los ojos fijos
en el grande ideal. Aún llena el viento
la seductora magia de su acento,
y aún hablará a los hijos de los hijos...
En 1881 comienza a sufrir nuevamente por las
desgracias de su patria. Recientes perturbaciones políticas hacen que
sus esperanzas patrióticas tengan grandes decepciones. El fracaso moral
del gobierno de Meriño, le ocasionó profundo desconsuelo. Sus cantos
patrióticos sufren una crisis. La poetisa escribe Sombras, y desde entonces en muy raras ocasiones escribe versos. Pero Sombras
no es un vano alarde poético; es un adolorido grito de patriótica
angustia. La decepción política es estímulo para la creación de un
plantel educativo que contribuya a cambiar la sombría faz del País: el Instituto de Señoritas.
Es curioso y sorprendente el caso de que una
poetisa del estro de Salomé Ureña pudiera abandonar su lira por tan
largo tiempo. Este silencio puede interpretarse como una protesta de su
patriotismo. Esa tácita renuncia a los triunfos poéticos, engrandece aún
más a esta mujer de fuerte espíritu, "apasionada de la patria", que
prefirió sacrificar los laureles de la poesía antes que volver a
inspirarse en las crecientes desventuras de su patria.
Ya lo dijo en versos dedicados a Billini:
Que si mi pobre lira
calla ante el vicio y la maldad del hombre,
siempre lo grande admira...
calla ante el vicio y la maldad del hombre,
siempre lo grande admira...
Ella esperaba, para tomar el "arpa abandonada",
despertar a la fe y a la confianza
y tras la noche de dolor, sombría,
cantar la luz y saludar el día.
y tras la noche de dolor, sombría,
cantar la luz y saludar el día.
Salomé en el Hogar
Desde el año 1860 hasta 1880, Salomé Ureña fue a
vivir, siempre con su madre y con su hermana Ramona, y además con Teresa
de León y de la Concha y Ana Díaz León, a la casa No. 56 de la calle 19 de Marzo. Su educación doméstica la recibió de su madre y de su tía Ana (Nana), "la segunda madre en el hogar".

Ex Convento de los Dominicos
Zona Colonial de Santo Domingo
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La madre de Salomé era católica practicante, pero
no fanática. Ramona y Salomé se formaron en una atmósfera de fe
cristiana, y asistía a la iglesia con su madre todas las mañanas,
durante su primera juventud. Luego las obligaciones del hogar no les
permitieron ir a misa sino los domingos. El ex-Convento Dominico era la
iglesia que acostumbraba visitar. Allí vio a Salomé, por primera vez,
Francisco Henríquez y Carvajal, quien atraído por la fama de la poetisa,
acompañado de un amigo se dirigió al ex-Convento en interés de
conocerla. El amigo le señaló a las dos hermanas, pero no supo decirle
cuál de ellas era la excelsa poetisa.
Desde la infancia, Salomé fue muy emotiva. Sufría
por todo. Se le veía llorar sin motivo aparente. Esta disposición del
ánimo perduró en ella toda la vida. Era noble de sentimientos y "su
modestia fue tan grande como su mérito". Fue mujer de su casa. Soltera,
pocas veces traspasaba los linderos de su hogar. No salió nunca del
país, como ella misma lo dice:
Así, aunque de otras playas jamás me vi en la arena
ni de otros horizontes las líneas contemplé...
ni de otros horizontes las líneas contemplé...
Sin embargo, a su hogar acudían altas
mentalidades nacionales y extranjeras que rendían tributo de admiración a
la ya esclarecida poetisa quisqueyana. El distinguido poeta venezolano
Juan A. Pérez Bonalde, autor de la sentida poesía La vuelta al hogar,
de paso por nuestra Ciudad Primada fue a rendir su homenaje de simpatía
y de admiración a Salomé; departieron amigablemente y él le recitó
lleno de emoción, húmedos los ojos por las lágrimas, la poesía en la
cual describe, con intenso dolor, su triste llegada al hogar, cuando
llamado por su madre enferma la encontró sin vida.
Años más tarde, Salomé Ureña leía conmovida esa
poesía a sus discípulas amadas y les decía: "Quisiera que la hubierais
oído recitada por sus labios..."
Era afectuosa, con todos sus familiares, sentía
gran entusiasmo por su padre, a quien quería entrañablemente; entusiasmo
que ni la muerte disminuyó:
Hoy, al entrar en tu mansión doliente,
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.
Ninguna voz halagará mi acento,
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memorias de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memorias de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.
A pesar de que su hogar fue enturbiado con la
separación de sus padres, cuando ella apenas tenía dos años de nacida,
en su corazón éstos estuvieron siempre unidos. Ella vivió junto a su
madre, pero diariamente visitaba la casa de su padre, a cuya muerte
escribió una composición titulada A mi padre, en la que se muestra tal como era, y en que deja ver la profunda admiración y la ternura de su cariño por su progenitor.
En 1880 contrajo matrimonio con Francisco
Henríquez y Carvajal, que andando el tiempo sería Presidente de la
República. El 3 de diciembre de 1882, como para bendecir su
hogar-escuela, y para que Salomé pudiera ostentar la sublime trinidad de
poetisa, educadora y madre, nació el anhelado primogénito (Francisco):
Los cielos se inclinaron
y descendió al hogar, entre armonías,
el ángel que mis sueños suspiraron
nuncio de bendiciones y alegrías...
y descendió al hogar, entre armonías,
el ángel que mis sueños suspiraron
nuncio de bendiciones y alegrías...
Salomé no descuidó sus deberes de madre por los
del magisterio. Sus discípulas recuerdan que la cuna del primogénito
siempre estuvo cerca de la madre:
Allí duerme feliz, y no distante
yo de un libro las páginas hojeo;
levanto la cabeza a cada instante,
le contemplo dormir y al fin no leo.
yo de un libro las páginas hojeo;
levanto la cabeza a cada instante,
le contemplo dormir y al fin no leo.
La inscripción del Instituto era cada día más
numerosa y resultaba estrecho aquel local. Familia y escuela se
instalaron entonces en la calle de la Esperanza, hoy Luperón, esquina Duarte. Allí nacieron sus hijos Pedro y Maximiliano.
En 1884 nace Pedro Nicolás, su segundo hijo. A
los cinco meses de nacido le sobreviene mortal enfermedad. Una de las
discípulas predilectas de Salomé, Mercedes Laura Aguiar, recuerda la
terrible y conmovedora escena: el niño en brazos de Monseñor Meriño para
recibir las aguas del bautismo; su madre de rodillas en el suelo
rogando a Dios que le salvara su hijo; los demás, todos en silencio.
Llega el Dr. Juan Francisco Alfonseca y tomando al niño en sus brazos
dice: "Monseñor, unos minutos a la ciencia". Después de algunas horas de
terrible ansiedad, la fiebre cede y el niño se salva milagrosamente.
En Horas de Angustia la madre pinta maravillosamente este cuadro:
Sin brillo la mirada,
bañado el rostro en palidez de muerte,
casi extinta la vida, casi inerte
te miró con pavor el alma mía
cuando a otros brazos entregué, aterrada,
tu cuerpo que la fiebre consumía...
bañado el rostro en palidez de muerte,
casi extinta la vida, casi inerte
te miró con pavor el alma mía
cuando a otros brazos entregué, aterrada,
tu cuerpo que la fiebre consumía...
En 1887 escribe su poesía ¿Qué es Patria?, inspirada en una pregunta que le hiciera su hijo Pedro, quien sólo contaba tres años: Mamá, ¿qué es Patria? Y ella responde:
¿Qué es Patria? ¿Sabes acaso
lo que preguntas, mi amor?
Todo un mundo se despierta
en mi espíritu a esta voz...
lo que preguntas, mi amor?
Todo un mundo se despierta
en mi espíritu a esta voz...
La poetisa se complacía en leerles a sus
discípulas las composiciones que escribía. Una mañana las reunió y llena
de emoción, con voz ahogada por el llanto, les leyó Tristezas, poesía escrita la noche anterior, inspirada en las palabras del dulce primogénito, cuando ya en la cama después de terminar sus oraciones, recordando al padre ausente exclamó:
¿Tú no te acuerdas, mamá?
¡El sol qué bonito era
cuando estaba aquí papá!
¡El sol qué bonito era
cuando estaba aquí papá!
Cuatro años duró la ausencia del esposo, que
había ido a Francia a perfeccionar sus estudios de Medicina. Cuatro años
de angustias para la madre educadora. Aquella mujer de ánimo fuerte y
de voluntad superior, vaciló abatida por la ausencia del esposo ante la
terrible idea de perder a uno de sus hijos. Ese estado de espíritu, le
inspiró su poesía Angustias.
La horrorosa enfermad del crup [difteria, gatorrilo, del inglés 'croup']
se desarrolló en esta ciudad. El suero salvador no había sido
descubierto y era casi seguro que el niño que fuera atacado por la
epidemia mortal, sucumbiría.
Desgraciadamente, su hijo Pedro contrajo la
terrible enfermedad. Otro milagro fue realizado al ser salvado de ella,
por el Dr. Alfonseca, quien años antes lo había librado de la muerte.
Dos veces estuvo su hijo Pedro al borde de la tumba. En esta ocasión no
fueron pocas las angustias de la madre ante el niño moribundo.
Salomé sentía vivo placer en la educación de sus
hijos. A todos les enseñó a querer a su patria. Ese amor creció con la
maternidad y los infundió en el espíritu de sus hijos.
El 9 de abril de 1894 nació Camila, su única
hija. Mientras tanto, ella luchaba con la muerte, atacada de fuerte
neumonía. Rebasó la gravedad, pero su salud quedó minada para siempre.
Aparente restablecida de esa enfermedad, escribió su poesía Umbra-Resurrexit:
Umbra
La mirada sin luz, la mente ansiosa,
corto el aliento al pecho,
en ruda agitación se va la vida...
Allá perderse en la penumbra vaga
miro las prendas del hogar benditas,
mis hijos, en su cándido abandono,
ajenos al amago
de la suerte sobre ellos suspendida,
y tú, de pie, bajo el dolor inmenso,
nublada por el llanto la pupila.
La mirada sin luz, la mente ansiosa,
corto el aliento al pecho,
en ruda agitación se va la vida...
Allá perderse en la penumbra vaga
miro las prendas del hogar benditas,
mis hijos, en su cándido abandono,
ajenos al amago
de la suerte sobre ellos suspendida,
y tú, de pie, bajo el dolor inmenso,
nublada por el llanto la pupila.
Resurexit
Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho fluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida
Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende al día.
Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho fluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida
Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende al día.
Durante su quebranto, el esposo la hizo abandonar
la ciudad natal, hacia Puerto Plata. Al pasar frente a San Pedro de
Macorís, el poeta y crítico Rafael A. Deligne la saludó con sus versos Alondra que viaja, que comenzaban así:
No vi su marcha, ni cruzó mi puerta;
mas es su vuelo tal, que el alma mía
se estremeció, despierta a la armonía,
de tanta gloria al esplendor despierta.
mas es su vuelo tal, que el alma mía
se estremeció, despierta a la armonía,
de tanta gloria al esplendor despierta.
Que el genio, aunque se oculte, y viaje solo,
astro inmortal, o puro ser divino,
deja de luz un rastro, peregrino,
más que la aurora con que irradia el polo!...
astro inmortal, o puro ser divino,
deja de luz un rastro, peregrino,
más que la aurora con que irradia el polo!...
Puerto Plata fue para ella delicioso oasis. Al llegar, Antera Mota de Reyes la saludó con una extensa y bella página en prosa, Bienvenida.
Rodeada de cariños y atenciones y colmada de homenajes de admiración,
pasó allí una feliz temporada que alivió su espíritu, pero no detuvo en
su carrera la mortal enfermedad. Allí terminó su poesía Mi Pedro, que tenía inconclusa desde 1890.
Femineidad
Salomé Ureña fue extremadamente femenina. Hostos,
el Apóstol Antillano, al hablar de ella en una breve biografía, dice:
"Los tributos poéticos de Salomé Ureña a los afectos, a los seres
queridos, al hogar, a su digno esposo y a sus hijos, forman una serie de
composiciones extraordinariamente subjetivas, pues todas juntas
sugieren la certidumbre de que la poetisa era además una mujer;
no hay ninguna de ellas que no sugiera algún sentimiento delicado,
alguna recóndita sonrisa de complacencia, algún noble estímulo para la
vida, alguna de esas tristezas reconfortantes que sirven de séquito, y a
veces de ovación, al mérito moral e intelectual desconocido".
Como Juan Nicasio Gallego al estrenarse uno de los dramas de la Avellaneda, ¡Es muy hombre esa mujer!, exclama Alejandro Angulo Guridi en un arranque de entusiasmo al oír la composición de Salomé, A mi patria, leída por Francisco Henríquez y Carvajal en la velada de la Sociedad Literaria Amigos del País en que se le confirió una medalla. Cuando Angulo Guridi exclama: ¡Es muy hombre esa mujer!,
no se refiere a odiosos rezumos de masculinidad, a manifestaciones de
bastarda masculinidad en sus versos, sino a la majestad de su
inspiración; hombre también en la grandeza de la acción, pero femenina
siempre en su actitud.
En la Escuela
Durante los años 1878 y 1879 se dedicó Salomé
Ureña a ampliar su cultura científica y literaria. Francisco Henríquez y
Carvajal, admirador del talento de la poetisa, cuyo nombre volaba ya en
alas de la fama, la ayudó a completar su educación, y contrajo
matrimonio con ella, en febrero de 1880, como se ha dicho antes.

Eugenio María de Hostos
En 1879 había llegado a la República Eugenio
María de Hostos, a quien se le encomendó la organización de la Escuela
Normal de Santo Domingo, en 1880, y de quien fue Francisco Henríquez y
Carvajal activo colaborador.
Animada en su ideal por el compañero de su vida,
fundó el 3 de noviembre de 1881 el Instituto de Señoritas, primer
plantel femenino de Enseñanza Superior en la República, sin duda la
escuela de mujeres más importante que ha habido en el país. Fue
inaugurado con sólo 14 alumnas. Su consagración al magisterio fue tan
radical que prefirió las duras glorias de éste, antes que los laureles
de la poesía. Ya lo dijo Hostos: "La mujer quisqueyana no ha tenido
reformadora más concienzuda de la educación de la mujer".
El Instituto de Señoritas ofrece un rápido
triunfo espiritual, y en abril de 1887 se celebra la investidura de las
seis primeras maestras: Leonor M. Feliz, Mercedes Laura Aguiar, Luisa
Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y
Catalina Pou. En aquella ocasión, en que Hostos pronunció uno de sus más
bellos discursos, Salomé Ureña rompe su silencio y escribe la historia
de sus aspiraciones y de sus esfuerzos en Mi ofrenda a la Patria. Como a la noche sigue el día, esta poesía es, en su alma de patriota, como la esplendente continuación de Sombras:
¡Hace ya tanto tiempo! Silenciosa,
si indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita...
si indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita...
El Instituto de Señoritas fue por largos años
dulce y fecundo hogar para sus discípulas. La Maestra amada era madre y
confidente de aquellas niñas "templadas al calor de sus anhelos". Gastón
Deligne lo dijo en versos soberanos:
¡Fue un contagio sublime! Muchedumbre
de almas adolescentes la seguía
al viaje inaccesible de la cumbre
que su palabra ardiente prometía...
de almas adolescentes la seguía
al viaje inaccesible de la cumbre
que su palabra ardiente prometía...
Después de la investidura de las primeras
Maestras Normales, fue Francisco Henríquez y Carvajal a Europa a
perfeccionar sus estudios de Medicina, como se ha indicado
anteriormente. Salomé se quedó al frente del Instituto de Señoritas. Sus
discípulas graduadas la ayudaban en la faena.
Dos grupos de maestras invistió, examinadas ante
la Escuela Normal, siempre dirigida por el Sr. Hostos. Cuando el Dr.
Henríquez regresó de Europa, el 6 de julio de 1891, encontró tan
desmejorada la salud de su esposa y tan agotadas sus fuerzas que poco
tiempo después la convenció de que necesitaba descansar. En diciembre de
1893 fue clausurado el memorable Instituto de Señoritas. El instituto
permaneció cerrado hasta enero de 1896, en que fue nuevamente abierto.
La reapertura se debió a las hermanas Luisa Ozema y Eva Pellerano
Castro. Después de muerta la poetisa, sus discípulas le dieron al
Instituto el nombre de Salomé Ureña.
La Muerte
La vida de Salomé Ureña de Henríquez se resume en
dos hechos esenciales: soñó con el bien de su patria y dedicó sus
versos a encaminarla hacia la paz y el progreso; después creyó que esto
no bastaba, y se dedicó a la educación de la mujer. Hay dos momentos
culminantes en su vida: el día en que se le entrega una medalla costeada
por suscripción pública, como homenaje a la cantora del ideal de una
patria mejor; el día en que se gradúan sus primeras discípulas, prenda
de algo que ayudaría a hacer mejor el destino de la patria.
Su vida es corta; cuando va a gozar del necesario
descanso, enferma para morir [de tuberculosis]; y este final inesperado
conmueve a toda la República.
El angustioso proceso de su muerte se inició en
enero de 1897. El día dos regresó de Puerto Plata a Santo Domingo. El
día ocho se sintió decaer, y a los quince días se agravaba: asistíanla
los doctores Ramón Báez, Salvador B. Gautier y J.F. Alfonseca. El esposo
ausente llegó de Haití el siete de febrero. Se redoblaron los esfuerzos
de la ciencia y del cariño hasta lograr apartarla por unos días de la
tumba.
Murió rodeada del cariño de todos, el día 6 de
marzo de 1897. Su entierro fue una manifestación cívica. Le dieron
sepultura en la iglesia de las Mercedes. "Ante su tumba -exclama don
Arturo Pellerano Alfau- el corazón se llena de congojas y la palabra se
anuda en la garganta" y agrega: "Para su cuerpo es bastante ese lecho de
tierra donde va a dormir el sueño eterno, pero para su gloria son ya
pequeños los ámbitos de América". "Mujer de la Biblia", la llamó César
Nicolás Penson. Y el grande amigo de la poetisa, el poeta José Joaquín
Pérez, recitó conmovido sus más dolientes versos ante la tumba de la
excelsa cantora:
Cuanto en su lira enalteció, se inclina;
cuanto su alma adoró con fe, la llora:
apagado está el sol y nada brilla:
todo se desvanece y descolora...
cuanto su alma adoró con fe, la llora:
apagado está el sol y nada brilla:
todo se desvanece y descolora...
De ella dijo entonces el ilustre autor de Enriquillo,
Manuel de Jesús Galván: "El cuerpo yace inerte; será polvo mañana; pero
ella, el espíritu que vibraba en las cuerdas de armoniosa lira, que
palpita a la sentida inspiración de los santos amores, que se exhala en
ritmos de ternura, aspirando a la imposible realización, en este mundo
de sus ensueños de virtud y de bien, ese no muere nunca. Ese espíritu,
que animó a la ilustre poetisa dominicana, está hoy más vivo que ayer, y
reposa complacido en el seno de la inmortalidad".
Los periódicos de aquella época están llenos de
artículos, versos y discursos, dedicados a la muerte de Salomé Ureña.
Hostos, en una emocionante carta que dirigió desde Chile a Don Federico
Henríquez y Carvajal, le decía: "¡Hay que llorarla!, son muchos los que
estaban interesados en su vida: la patria, que no tuvo corazón más
devoto; su discipulado, que no tuvo mejor luz; la mujer quisqueyana, que
no ha tenido reformadora más concienzuda de la educación de la mujer;
su familia, que no tenía mejor ambiente que el de aquellas virtudes
morales y sociales tan sencillas; sus coetáneos, que no pudieron tener
centro mejor en donde confluyeran tantas admiraciones motivadas, como en
aquel cuerpo débil y alma fuerte, que era a la vez una sacerdotisa en
el aula, una pitonisa en el arte, un mentor en el hogar".
Ninguna muerte ha producido en la República
sentimientos tan hondos. La muerte de Salomé Ureña fue duelo para todos
los dominicanos. La lloraron de tal modo que le hicieron decir a Hostos,
el Apóstol Antillano, su ferviente admirador, estas palabras
memorables: casi se puede haber soportado la vida, con tal de morir entre corazones tan amigos.
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