José Ingenieros dice que "no hay hombres iguales", y los divide a su vez en tres tipos: El hombre inferior, el hombre mediocre y el hombre superior; pero no arremete contra los dos primeros, sino que describe a los tres y exalta al idealista
El hombre inferior
El hombre inferior es un animal humano. Su ineptitud para la
imitación le impide adaptarse al medio social en que vive; su
personalidad no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo por
debajo de la moral o de la cultura dominante, y en muchos casos fuera de
la legalidad. Esa insuficiente adaptación determina su incapacidad para
pensar como los demás y compartir las rutinas comunes.
Estos, mediante la educación imitativa, copian de las personas que los rodean una personalidad social perfectamente adaptada.
El mediocre
El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir
ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se
vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y
así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o
motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil,
maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad,
contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados
que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y
no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y
escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos.
Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido
por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el
hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse
cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree,
pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo
tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el
idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción
noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca
sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí.
El idealista
El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir
ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir
quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe,
para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo
proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la
realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas
morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El
idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente,
generoso, indisciplinado contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo
cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y
el menos, como lo haría el mediocre.
Sin los idealistas no habría progreso: su juventud y renovación son
constantes. El idealista tiene su propia verdad y no se supedita a la de
los otros; no se mueve por criterios acomodaticios, sino según ideales
más altos. En cuanto a las circunstancias, su medio, la educación que
recibe de otros, las personas que lo tutelan y las cosas que lo rodean,
se levanta por encima de ellos: piensa por sí mismo. No busca el éxito,
sino la gloria, ya que el éxito es solo momentáneo: tan pronto como
llega se va.
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