Cuando un taxista londinense la arremetió a tiros contra todo aquel que encontraba a su paso hubo un saldo trágico entre muertos y heridos en la patria de Winston Churchill, lo resaltable dentro de esa desgracia fue que el primer Ministro Inglés, el señor David Cameron, se dirigió al pueblo inglés pidiendo las correspondientes excusas y, a la vez, garantizando la paz ciudadana.
El responsable fue encontrado muerto, es decir, fue localizado. Aquí existen una enorme cantidad de asuntos no resueltos y cuando lo son casi siempre existe alguien con autoridad involucrado. Nadie con autoridad parece estar preocupado por la escalada que asume entre nosotros la violencia delincuencial. Lo ocurrido en Santiago con un joven y notable abogado hijo del notable e integro profesional Negro Veras, es solo el último de los escándalos, pronto este será olvidado por otro más salvaje y así sucesivamente.
Podría narrar incontables hechos dolorosos que han acontecido recientemente, como aquel del oficial que con ocasión del día de las madres rezaba junto a la tumba de su madre fallecida, siendo asaltado y casi asesinado en el acto por delincuentes desalmados; alguien, también funcionario público narró hace poco, que con su padre muerto se dirigía a enterrarlo al nicho que para tales fines posee su familia en un reconocido cementerio, y se encontró con que había sido enterrado en el lugar otro muerto; otro amigo, me contó que recién murió su padre y al enterrarlo hubo de hacer el último acto que se estila entre nosotros por estos días, proceder a destruir la caja, pues en caso de no hacerlo, la tumba de su padre corría el riesgo de ser profanada y sus huesos no se sabe dónde irían a parar.
Narro estos hechos para que se vea que nuestra barbarie supera ya al barbarismo del hombre antiguo pues los cementerios han sido considerados siempre campos santos, es decir, lugares donde ciertas conductas están proscritas o bien deben ser respetados incluso por los más bárbaros delincuentes. Las culturas antiguas y las modernas respetan el acto de la reflexión frente a un ser querido ido como algo sacro, pues bien, eso ya no existe entre nosotros.
El Cardenal parece no ser escuchado, los religiosos de otras religiones tampoco, los ateos no son conocidos como irrespetuosos de la fe ajena, sin embargo, aquí la delincuencia está cruzando todas las fronteras morales, religiosas y de autoridad, el civismo brilla por su ausencia, no existen valores sino ausencia de valores. Mientras tanto, las autoridades callan.
El foco de intranquilidad ciudadana que representan los denominados “Colmadones” es pasado por alto por las autoridades municipales, las de Medio ambiente, la Policía Nacional e Interior y Policía. Cualquiera podría creer que con tres instituciones así de importantes, las tres provistas de una adecuada habilitación legal para actuar no habría lugar a tanta delincuencia e intranquilidad, sin embargo, la realidad es otra.
A los maestros se les hace muy difícil por estos días enseñar pues la realidad los desmiente a cada momento, aun dentro de su clase. Cuando eso sucede la culpa o la falta no es del ciudadano común, son nuestras autoridades las que están llamadas a reflexionar el hacia donde están conduciendo nuestra sociedad. Todavía podemos evitar la disolución total o el advenimiento de un salvador. DLH-6-6-2010.
Algunos autores sostienen que la perversidad delincuencial tiene como colorario, el desarrollo de una cultura basada en la corrupción política puesto las sociedades que son tomadas por la corrupción política son a la vez tomadas por la delincuencia, quedan así atrapadas las sociedades por dos niveles de disolución social difícil de corregir y solo queda espacio para aquella vieja proclama de que aquí todos somos corruptos.
Como eso no es verdad, queda así abierto el camino para la aparición de un mesías, un salvador, un demiurgo, al cual casi siempre, acuden los pueblos acosados por la inercia oficial. Resulta chocante el como por estos días se ha hablado de los excesos de Trujillo y nada se ha dicho sobre los responsables pasados y presentes de que surjan dictadores y tiranos.
No debe olvidarse, que Nietzsche, en El anticristo, se levanta, no contra la razón, sino contra las concepciones que juzga negadoras de los valores vitales y que someten al hombre a una lenta pero segura degradación.
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