
Por años, la vida interna de la Policía Nacional ha estado afectada seriamente por una lucha de poder entre los altos oficiales que están en los mandos y por quienes, de manera solapada o abierta, aspiran a esos puestos. Este hecho, más la corrupción interna, los privilegios y hasta la indisciplina expresan la debilidad institucional de la entidad.
La corrupción interna, el tráfico de influencias, la discrecionalidad y privilegios en la distribución de posiciones y recursos financieros se enquistaron en la Policía Nacional, agrietada por el grupismo que convierte en quimera la unidad, las tendencias con marcada preferencia por algún comandante que aspira a la jefatura, el general marginado que solapadamente instiga indisciplina, desobediencia, o el oficial que desde afuera azuza intrigas, descontento, coexisten entre aquellos que abogan por la profesionalidad, el imperio de la ley y de la ética.
Grupos de poder que propician el divisionismo, algunos con padrinos en el gobierno, nucleados por intereses económicos o políticos, que pasan por tiempos de vacas gordas y tiempos de vacas flacas, según la cercanía o distancia de la jefatura de turno.
Esas y otras interioridades han estado en el eje de las críticas que cuestionan una institución signada por el descrédito, aunque la lupa que observa la conducta policial se centra más bien hacia la periferia, en el accionar de los agentes fuera de los cuarteles. Y es justamente en su seno donde germina la corruptela, las inconductas que manchan la historia policial.
En la lucha por el poder interno se conformaron durante años clanes mafiosos, anillos de corrupción. Cada jefe que llega tiene su grupo y adhiere a otros para consolidarlo, generales incorporan a su servicio gran cantidad de agentes, usan los recursos para beneficiarse y favorecer a allegados. Los incentivos, “especialismos” o sobresueldos, vehículos, combustibles y equipos se distribuyen a discreción de los incumbentes, privilegiando a unos pocos en posiciones de poder.
Sistemáticamente violan sus normas. Ascensos a destiempo, al vapor, han promovido carreras policiales meteóricas. Es recurrente la denuncia de que los méritos no siempre validan una promoción, de que ha mediado el dinero, lo que explica, junto al tráfico de influencias, la proliferación de generales sin mando. El desprestigiado generalato que absorbe en sueldos y viáticos gran parte del presupuesto, al margen de las dádivas que algunos justifican como “muestras de agradecimiento” por un servicio prestado.
Las dotes profesionales, la trayectoria de una carrera intachable pueden determinar una promoción, como ha ocurrido con honrosas excepciones, oficiales que ni tienen millones ni los pagarían para escalar un rango. Pero los ascensos han sido impulsados por dinero, amiguismo, el empuje de “enllaves” dentro y fuera de la institución.
Buscan padrinos, cabildean en altos mandos policiales, el poder político y económico, compran ascensos, hasta un millón de pesos dio un mayor para llegar a coronel, pese a que entonces su sueldo no sumaba RD$10,000. Si bien no lo logró con la celeridad esperada, lo obtuvo y se “pegó” en una de las dependencias con mayor presupuesto. Y la remodelación de su mansión deslumbró por espectacular.
¿Cómo justificar una vida de lujo, el nivel de consumo que ostentan generales y coroneles? ¿Con qué magia multiplican la modesta paga para tener mansiones, fincas, empresas, autos de lujo y amantes? ¿Cómo mantenerse en la opulencia con tan bajo sueldo?
__Simple –responde un oficial entrevistado-, hay un poder económico, cinco o seis familias dueñas de este país que siempre buscan a esos generales. Tienen influencias desde Trujillo, aunque eso se ha ido perdiendo por el derroche del generalato. Pero hay ciudadanos que le gusta la ostentación, y los buscan, le llevan obsequios, de todo. Déjame ver cómo vive, y le envían un camión de varilla, y ese oficial que se crió en Cristo Rey se muda a Arroyo Hondo, porque su estatus no le permite vivir en su barrio, lo sacan como enviado para otro planeta.
__No son todos, hay generales que no se dejan arrastrar por eso, son más íntegros, y si tienen una casa fue a través de Bienes Nacionales, puedo mencionar tres o cuatro que tienen modestos apartamentos en la Ortega y Gasset. Otros de menor rango poseen palacetes, edificios, negocios. Eso no aporta nada a la PN –dice un oficial- pensamos sólo en nosotros y no en la PN, si fuera así se pensara en los hombres que la integran, en buscarle mejor medio de vida.
No les interesa. Tampoco su sueldo, luchan por el rango, y para subir un escaño el aspirante “debe buscar unos cuartos”, que van al bolsillo de algún jefe departamental de los que hacen las recomendaciones al jefe de la PN. ¿Cuánto? Depende del rango. ¿Lo logra? Sí, pero también cuentan sus cualidades, el poder del padrino. ¿Y para ascender de coronel a general, cuánto se paga? Todos los precios, miles, millones, se le pide a partir de lo que tenga. El que tiene mucho dinero y quiere algo no tiene límites.
Las irregularidades llegaron lejos, hasta designar coroneles a personas que no visten uniforme ni van a la PN, incluso residentes en el exterior. No reciben sueldo, buscan facilidades para sus negocios, beneficios institucionales o de otra índole.
La corrupción se expresa en el manejo del personal. Desde altos mandos, a un comandante le imponen agentes de menor rango, alguien que no le agrada o le detectó las “mañas” y pide su expulsión. Pero llama un jefe: “Teniente, ese muchacho es amigo de fulano y quiere que esté ahí”. Es el enlace del traficante de la zona, el que sabe cuándo traen o se llevan la droga. Además, hay policías que son “pagados y negociados”, no necesariamente con el jefe de puesto, puede ser con un asistente. O son “vendidos totalmente”, nunca van, alguien le paga para que se lo asigne y le haga un trabajo particular.
Generales. Aunque se estima que 10 bastarían, la PN tiene 57 generales, unos con puestos de mando, otros que permanecen sin funciones específicas, confiesa un coronel, y agrega:
__La PN no los quiere utilizar, pero tienen un padrino político y no pueden botarlos, quizás no se llevan bien con el jefe de turno, no hacen nada, están en su casa esperando acción como decimos. Muchos no tenían plazas, han ido creando como 40, pero no significa que sean necesarias. Esos cheques los dividen entre los rasos y caen bien.
Lo reglamentado para los ascensos –dice- se empezó a cumplir en las dos jefaturas pasadas y prosigue en la actual. “Eso no ha cambiado”, apunta otro, mientras un general expresa: “El jefe policial hizo cosas buenas, pero otras no las puede evitar, vienen de la política, como lo que le imponen del Palacio Nacional, tiene que aprobarlas”. “Independientemente del grupito que viene del entorno palaciego, dentro de la PN se hizo un ascenso sin traumas, antes con tres meses ascendían. No quiere decir que eso terminó”.
Compete al Consejo Superior Policial evaluar y recomendar los ascensos al Ejecutivo. Pero hay fisuras por las que se cuelan oficiales que no reúnen condiciones. __Los jefes departamentales hacemos la recomendación, pero qué pasa, si recomiendo cien policías de los más destacados que trabajan conmigo, y pongo como número uno al menos competente porque me ofreció dinero, los que hacen el ascenso no tienen injerencia en eso, aunque a veces sí.
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