Eric San Juan Sindangan (Filipinas), (EFE).- El
filipino Junrey Balawing, el hombre más pequeño del mundo con apenas 60
centímetros de estatura, vive atrapado en la infancia por la enfermedad
que detuvo su crecimiento y que le hace comportarse como un bebé.
Junrey, que cumplió 18 años el pasado junio, pasa la mayor parte del día
mirando la calle desde el porche de la humilde choza de nipa en la que
vive con sus padres y sus tres hermanos menores, en una zona montañosa
del remoto municipio de Sindangan, en el sur de Filipinas. Con motivo
de su mayoría de edad, el libro Guinness de los récords lo declaró el 12
de junio el hombre adulto más pequeño del planeta, con 59,9
centímetros. Pese a que la distinción lo considera adulto, nada en su
comportamiento lo diferencia de un bebé, y como tal lo tratan todos sus
allegados.
Vestido con la camiseta que le regaló el Guinness, Junrey suelta
una carcajada con su voz infantil o balbucea unas palabras cuando
algunos de sus vecinos le hace una carantoña o le pide que dé puñetazos
al aire imitando al ídolo nacional Manny Pacquiao, campeón mundial de
boxeo. Su madre, Concepcion Balawing, de 36 años, no lo abandona ni a
sol ni a sombra, ya que no puede andar ni sostenerse en pie por sí
mismo, y lo lleva en brazos de un sitio a otro como si tuviera un año,
la edad a la que Junrey dejó de crecer.
“Cuando di a luz estaba bien. Fue más tarde cuando dejó de
desarrollarse como una persona normal. Cuando tenía algo más de un año
el médico le recetó unas medicinas para fortalecer los huesos, pero
creció muy poco”, explica Concepcion. “No lo volvimos a llevar al médico
-prosigue- hasta que tuvo doce años y el doctor nos dijo que Junrey no
sería capaz de andar y que no crecería más. Nos aseguró que no había
nada que hacer, aunque lo lleváramos a otro médico". Pese a que
aparentemente sólo es capaz de balbucear algunas palabras y de repetir
lo que dicen sus padres, Concepción asegura que “su cerebro funciona
bien".
“Puede hablarnos para pedirnos cosas. No pronuncia bien las
palabras, pero como estamos acostumbrados le entendemos”, dice la
madre. Su padre, Renaldo, de 38 años, considera que, a pesar de las
apariencias, Junrey es consciente de su problema y recalca que “se
siente inferior a los demás niños porque muchos le ignoran cuando les
llama". Mientras habla, Renaldo sostiene en sus brazos a su hijo, que
sujeta la mano de su padre con sus minúsculos dedos y de vez en cuando
hace una mueca a medio camino entre el llanto y la risa. Sólo su
pecho, abultado y huesudo, distingue el cuerpo de Junrey del de un bebé y
aunque es capaz de mover todos sus músculos, no puede sostenerse en pie
y tiene muy poca fuerza en los brazos.
Su condición le impidió asistir a la escuela y hacer amigos de su
edad, aunque sus padres aseguran que algunos de los niños más jóvenes
del vecindario juegan con él de vez en cuando y lo llevan en el pequeño
triciclo que le regaló el alcalde del pueblo. “No quisimos llevarlo a
la escuela porque causaría demasiada conmoción entre sus compañeros de
clase. No queríamos que se sintiera diferente ni observado por otros
niños”, explica Concepcion. Cuando no está mirando la calle o jugando
con su triciclo, Junrey se dedica a recortar papeles o a pintarrajear
cuadernos. Sus tres hermanos, de entre 9 y 13 años, colaboran con su
madre para cuidarlo y lo llaman “kuya”, la palabra tagala para mostrar
respeto por los hermanos mayores. La concesión del récord del mundo
supuso una conmoción para esta humilde familia que subsiste con los
escasos ingresos que les reporta el trabajo de herrero de Renaldo. La
distinción de Junrey no les ha sacado de la pobreza, ya que el libro
Guinness no paga por la certificación de los récords, pero todos
disfrutan con el revuelo que se ha formado a su alrededor y aseguran
estar “contentos de cómo ha ido todo".
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